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26 de noviembre de 2011

Una dosis de felicidad.

Podría estar sentada al lado de él, sin decir palabra, y la verdad que no me importaba. Era la primera vez que el silencio era mi amigo. No me gusta estar en silencio y las personas silenciosas. Pero esta vez era diferente, esta vez era yo la muda. Y creeme odio quedarme sin palabras cada vez que le miro, o que se me quiebre la voz, o incluso temblar. Le sentaban bien aquellos ojos junto al sol, y aquella sonrisa que se le marcaba a cada minuto. No podía dejar de observarle, de hecho no quería quitar la mirada ni un maldito solo segundo. No mencioné que le quería, de hecho no hacía ni falta, nada más mirarle, lo sabe. Ya no existe ni mucho menos el vacío kilométrico en el corazón que sentía después de verle, sino algo que es capaz tocar el cielo con la punta de los dedos que se llama: FELICIDAD.

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